11 de Septiembre Día del Maestro (Fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento)


Hace 135 años moría en Asunción el hombre que tanto había hecho por la educación en Argentina. Hasta último momento mantuvo su mente activa y un entusiasmo que contagiaba. Desde entonces, en la fecha de su muerte se recuerda el Día del Maestro.

Domingo Faustino Sarmiento, de 77 años, vivía en Asunción en una casa pegada al Hotel Cancha Sociedad, propiedad del doctor Silvio Andreuzzi Passudetti, un médico oculista italiano. No estaba bien de salud. En los últimos tiempos le costaba respirar. Sufría de problemas cardíacos y además, antes de llegar a los 40 años, ya se había manifestado una pérdida de audición que se transformaría en una profunda sordera. Muy a regañadientes, había aceptado dejar el cigarro.

Aconsejado por los médicos que pasase una temporada en un lugar más cálido, primero había optado por las termas de Rosario de la Frontera, en Salta, donde estuvo en plan de descanso en junio de 1886. Luego se decidió por Asunción del Paraguay.

En mayo de 1887 partió en el flamante vapor a ruedas San Martín y se sorprendió cuando vio, ese 25 de julio, que en el puerto lo esperaban cerca de tres mil personas. Todo el país sabía de su llegada, si le había escrito al presidente el general Patricio Escobar sobre su voluntad de pasar un tiempo en el país “por un problema de salud que no se sabe si es en los bronquios o en los pulmones, para morir da lo mismo”. Escobar, quien era presidente desde 1886, era un joven alférez cuando combatió en Curupaytí, donde había muerto su hijo Dominguito.

La madrugada del 11, García Merou fue llamado de urgencia a la casa del sanjuanino. Se habían hecho casi amigos, como de muchos paraguayos que se sorprendían por el ritmo de trabajo de ese anciano achacoso que contagiaba entusiasmo en cada idea que emprendía.

Cuando entró, pasadas las dos de la madrugada, de ese martes 11 de septiembre, ya era tarde. Había fallecido a las dos de la mañana. Su nieta María Luisa, le sostenía su mano. Estaba acostado en una sencilla cama de bronce de una plaza. Al pie, su hija Faustina lloraba y muy cerca permanecía otro de sus nietos, Julio Belín.

Tal como se acostumbraba, se convocó a un fotógrafo para que le tomase una fotografía al ilustre muerto. García Merou llevó a Manuel San Martín. La primera fotografía la tomó con el cuerpo en la cama, pero como había poca iluminación, se decidió una segunda en otro lugar. Se necesitaron a cuatro personas para sentarlo en el sillón que había sido un regalo de Ambrosio Olmos, gobernador de Córdoba, y en el que Sarmiento pasaba gran tiempo del día, junto a una ventana.

Esa foto, con sus piernas tapada con una manta, su brazo apoyado en una mesita, rodeado de sus papeles de trabajo, es la que más se conoció. Y es la que llevó a más de uno a comentar en Buenos Aires que Sarmiento había muerto mientras trabajaba.

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